viernes, 18 de noviembre de 2011

Primera vez

El lunes de la semana pasada preferiste quedarte callado cuando en el trabajo te dieron los buenos días. Un primo de tu mejor amiga volvió a tener un fuerte ataque de asma, lo llevaron al hospital y no sobrepasó la noche.
Al otro día, tu amiga se acercó llorando y tú, olvidando todo saludo matutino al verla así, la tuviste que abrazar pero no tenías palabras de consuelo: no te venía ninguna a la cabeza. No hubo otra novedad en las horas siguientes, aunque después de la novela te entró un dolor de cabeza que atribuiste al stress. Demasiado trabajo, pensaste.
El miércoles todo funcionó de maravilla, pues el jefe no se apareció berreando órdenes, no hubo que darle esos buenos días forzados que no te queda más remedio que decir cuando aparece por la puerta, porque a él, por muy atravesado que sea, sí que no se le debe ignorar por millones de razones. Pero el jefe no estaba de juerga. Su hija adolescente resbaló mientras limpiaba la casa y de urgencia hubo que enyesarla con cuatro o cinco huesos rotos. No podría asistir a la escuela en al menos tres meses.
Cuando empezó el jueves y la noticia de lo ocurrido a la hija del jefe era la primera plana en el cuchicheo general comprobaste, con desagrado, que no estaba la firma en el papel de tus vacaciones que comenzarían la semana siguiente. Con ese humor grisáceo entre ceja y ceja, pasaste directo a tu oficina sin detenerte a conversar con nadie. Algunos de tus compañeros se mostraron afables al principio, mas al deducir tu enfado siguieron sin chistar en sus comidillas y sus cosas.

(Ilustración: Denys San Jorge)
¡Por fin el viernes! Día bendito, bendecido y benévolo. Deberían hacerle una canción, una oda que refleje la alegría que provoca saberse viviéndolo. Aunque Robinson Crusoe ya le hizo su homenaje no fue con esa intención, por eso no vale. Como llegaste el primero, no hubo que hacer cola para marcar tarjeta, ni pasar entre los bebedores de café ni verles las caras a todos. Mejor así. Te pareció que el día era más luminoso, más colorido, más intenso que de costumbre.
Lo mejor que tiene la semana es, desde luego, su final. De ahí que el sábado hayas despertado a las once de la mañana, te hayas revolcado con tu almohada cuanto querías, te hayas hartado de comida y bebida (a la familia no se le dice buenos días, ellos están más que aburridos de verlo a uno, por tanto, ¿para qué?), te hayas puesto a ver películas, series y shows en el televisor porque es el único condenado momento en el que lo puedes hacer sin que te molesten.
Al día siguiente surgiste como una serpiente desde debajo de la sábana cuando te llegaron los gritos de tu mujer llamándote a almorzar. Pero si no has desayunado, pensaste. Qué más da, ya es tarde. Pasaste el resto del día en la playa, dorándote y carroñando cuanta tanga y calentico pasaba por tu lado. Tu mujer nada supo, pues tenía que trabajar en la paladar de su hermana. En la noche, te quejaste de haberte quemado demasiado y tu señora te untó la crema para que luego quedaras roncando sin mucho esfuerzo.
Hoy nadie te ha dado los buenos días. El papel sin firmar sigue en el buró del jefe así que nada de vacaciones. Cuando vas al baño has resbalado y te has roto la cadera. Primera vez.

Jeffrey Álvarez Massón

1 comentario:

  1. Esperaba que el blog fuera estrenado con un cuento de otra persona, pero de tanto esperar... espero me perdonen.

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