La despertó un ruido extraño.
Un blúmer estaba atorado en las aspas del ventilador. Un blúmer azul.
Desnuda bajo las sábanas, no tan blancas y no tan sucias, pensó que era probable que el blúmer hubiera estado primero en su cuerpo antes de ser lanzado, por él o por ella, hacia donde mejor se pudo.
Apagó el ventilador y agitó las sábanas. El olor que despedían también le resultaba extraño, esa mezcla de perfume femenino y sudor y disfrute. Se arropó en su almohada y debajo de esta, halló un ajustador azul. Igual en el diseño y detalles al blumer.
Bostezó y el aliento desprendido le desató su memoria olfativa: vino. Hizo un mohín de repugnancia mientras estiraba sus brazos y piernas. Acomodada, bocarriba, con las apagadas estrellas fluorescentes de su techo encima, cerró los ojos.
Un blúmer estaba atorado en las aspas del ventilador. Un blúmer azul.
Desnuda bajo las sábanas, no tan blancas y no tan sucias, pensó que era probable que el blúmer hubiera estado primero en su cuerpo antes de ser lanzado, por él o por ella, hacia donde mejor se pudo.
Apagó el ventilador y agitó las sábanas. El olor que despedían también le resultaba extraño, esa mezcla de perfume femenino y sudor y disfrute. Se arropó en su almohada y debajo de esta, halló un ajustador azul. Igual en el diseño y detalles al blumer.
Bostezó y el aliento desprendido le desató su memoria olfativa: vino. Hizo un mohín de repugnancia mientras estiraba sus brazos y piernas. Acomodada, bocarriba, con las apagadas estrellas fluorescentes de su techo encima, cerró los ojos.
(Ilustración: Denys San Jorge) |
De la noche anterior le saltaron las sensaciones. Las caricias en el cuello, el susurro al oído elogiándole lo bien puestas que estaban sus nalgas; el recorrido de unas manos calientes por sus curvas y al final del vestido, por sus muslos; una lengua juguetona por sus hombros, su cuello, su pecho, sus senos y más allá, sus pezones, mientras sus tirantes se dejaban caer.
La voluptuosidad en la cama, ya sin ropa, sin zapatos y con el pelo suelto. Besos, muchos besos, besos de película, como los que nunca había recibido. Su clítoris desbordante, sus labios inquietos, su vulva ambiciosa. Y cuando decidió dar de ella y no solo recibir, fueron demasiados orgasmos, uno tras otro.
Otro ruido la despertó. Un ruido en la cocina.
Se enredó en la sábana al estilo helénico y al ver de nuevo el blumer en el ventilador y el ajustador en la cama recordó que no tenía ropa interior de colores enteros. Ni rojo, ni negro, ni rosado, ni blanco, ni beige...ni azul.
Bajó las escaleras, despeinada e intrigada. La cocina estaba encendida y olía a tortillas recién hechas.
-Pensé que nunca despertarías -le dijo ella.
La voluptuosidad en la cama, ya sin ropa, sin zapatos y con el pelo suelto. Besos, muchos besos, besos de película, como los que nunca había recibido. Su clítoris desbordante, sus labios inquietos, su vulva ambiciosa. Y cuando decidió dar de ella y no solo recibir, fueron demasiados orgasmos, uno tras otro.
Otro ruido la despertó. Un ruido en la cocina.
Se enredó en la sábana al estilo helénico y al ver de nuevo el blumer en el ventilador y el ajustador en la cama recordó que no tenía ropa interior de colores enteros. Ni rojo, ni negro, ni rosado, ni blanco, ni beige...ni azul.
Bajó las escaleras, despeinada e intrigada. La cocina estaba encendida y olía a tortillas recién hechas.
-Pensé que nunca despertarías -le dijo ella.
Ana María Domínguez Cruz
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